Fragmento de la transcripción:
Hoy vamos a charlar de algo que seguramente ya notaste si alguna vez viniste a Argentina o tenés amigos de acá: ¡la cantidad de psicólogos que hay! Es zarpado, impresionante. No es verso, eh, no es mentira. Argentina, y sobre todo Buenos Aires, tiene una de las tasas más altas de psicólogos por persona en el mundo. Unos 222 psicólogos por cada 100.000 habitantes, un número muy superior a los menos de 30 en Estados Unidos, 49 en Francia y 12 de Brasil. ¡Imaginate!
Y no es solo un dato frío, de esos que te tiran en las noticias. No, no, se vive. Es re común escuchar cosas tipo “uh, ese día no puedo, tengo terapia”, o “esto se lo tengo que contar a mi psicóloga”, o “che, ¿por qué no hablás con alguien?”. Es parte del día a día, posta. Nadie se esconde ni se hace el misterioso. Nada que ver con otros países donde ir al psicólogo es casi un secreto de Estado.
Y si te acordás del episodio anterior —el de la amistad—, vas a ver que todo tiene que ver con todo. Así como somos muy de compartir, de charlar con amigos, de abrir el corazón, también somos de hablar con terapeutas. Es como un paso más: del asado con amigos a la sesión con la psicóloga.
Mirá, si hay algo que nos define como argentinos es que somos re charletas, hablamos hasta por los codos. Opinamos de todo. Discutimos, analizamos, debatimos… Nos gusta ponerle palabras a lo que sentimos. Y eso, claramente, está relacionado con toda esta movida de la psicología.
Tenemos una mezcla cultural potente, con raíces europeas, sobre todo italianas y españolas, que ya vienen con mucha expresividad de fábrica. Pero además, vivimos cosas fuertes como país: dictaduras, crisis económicas que te tiran al tacho, muchas idas y vueltas políticas… Y claro, todo eso te deja con mil cosas adentro. Hablar se volvió una forma de sacar, de procesar, de no explotar.
Durante la dictadura del 76 al 83, por ejemplo, ir al psicólogo era de las pocas formas que había para decir algo, aunque fuera en voz baja. Obviamente, con cuidado, porque nadie estaba a salvo. Pero el consultorio era como un refugio, una especie de “bunker emocional”.
Y después, cuando volvió la democracia, en vez de aflojar con la terapia, ¡le metimos más todavía! Había mucho que sanar, muchas historias que contar, muchas heridas abiertas. Así que el psicólogo pasó a ser más que un profesional: un acompañante para reconstruir la salud mental y el entramado social.
Si querés seguir charlar sobre todos estos temas interesantes de Argentina mientras practicás tu castellano en grupo,
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